Cuando un tarahumara pierde su alma debido a algún momento de crisis (léase accidente, miedo extremo, estrés, pánico, mala noticia...), él o alguno de sus familiares recurren a un curandero u owirúame para que le ayude a que "regrese el alma al cuerpo".
El owirúame realiza un procedimiento llamado huellear —me encanta la palabra— que consiste en "seguir las huellas" del alma en las veredas cercanas durante un trance o sueño.
(Foto: Mujer Ángel, Graciela Iturbide)
Encontrar el alma y traerla de regreso sería más o menos fácil de no ser porque puede estar secuestrada por algún hechicero, lo que implica una batalla entre el curandero y dicho hechicero para recuperar el espíritu perdido.
¿Adónde se fue?
No hay que ser tarahumara para haber experimentado ese estado posterior a una crisis, en la cual nos sentimos como lejanos, idos o ausentes, como "estar sin estar".
Y efectivamente, cuando pasa la tormenta, vivimos esa sensación de haber vuelto o regresado, y muy particularmente lo percibimos como una experiencia muy corporal.
¿Adónde se fue el alma todo ese tiempo?
Nuestro sistema autónomo, ese que hace todo por tí, como respirar, mantener funcionando el corazón, digerir, regular la temperatura, etc., sin que tú tengas que hacer nada, tiene dos fases que se van sucediendo una después de otra, pero que en ciertos momentos se puede hacer muy intensa en alguna de ellas.
El sistema nervioso simpático se activa con el estrés y pone en marcha los mecanismos asociados al mismo, tales como
la activación de la adrenalina (fuerza para pelear o correr),
tensión de los músculos (piernas y brazos, ¡listos!),
aumento de la respiración y aceleración del corazón (¡más oxígeno, más sangre),
dilatación de las pupilas y fosas nasales (para ver y oler mejor),
sudoración (hay que liberar calor y e hidratar piel y músculos).
Y, por otra parte, realiza la suspensión de actividades no prioritarias en momentos de crisis, es decir,
paro de la digestión (la sangre se requiere en brazos u piernas),
falta de sensibilidad sobre el cuerpo (es más importante ver y oír),
disminución de la líbido (a menos que el estrés sea sexual, por supuesto) .
¿Cómo regresa?
La naturaleza es sabia, dicen, y todo este sistema activa lo necesario para que en cualquier momento se pueda responder al peligro enfrentado. Por supuesto que el grado y duración de esta reacción depende del grado y duración del estímulo. Si es pequeño y pasa rápido el sistema autónomo le da oportunidad a la otra fase, que es el sistema parasimpático. De lo contrario, todo lo descrito con anterioridad se mantiene e incrementa.
Cuando la calma después de la tormenta llega (y créeme, siempre llega), el sistema parasimpático hace su aparición:
la frecuencia respiratoria y cardiaca disminuyen,
se reactiva la digestión,
se contrae la pupila,
se relajan los músculos (entre ellos esfínteres y vejiga), y sobre todo,
se reactivan algunos nervios de alta importancia, como el nervio vago, muy útil para que podamos sentir nuestro propio cuerpo y emociones.
Esta es una explicación muy simple, pero la idea es que todo fenómeno que nos pasa cuando tenemos un momento de estrés o crisis, tiene una razón de ser en términos de nuestra supervivencia como especie.
El hecho, por ejemplo, de que se tensen los músculos provoca que se paralice nuestra expresión facial y la laringe, porque en ese momento no es prioritaria la comunicación de emociones finas a través del rostro o los tonos de voz. "Tenía cara de espanto", "se quedó mudo", decimos.
Y lo mismo pasa después de la crisis. Los músculos se pueden relajar tanto al mismo tiempo que se reactiva la digestión, y puede venir una diarrea instantánea. "Se cagó del susto", es otra expresión que usamos para estas ocasiones.
Alma guerrera, alma curandera
Durante la activación del sistema nervioso simpático entonces, el "alma" se transforma en una guerrera lista para pelear o huir. Es todo oídos y vista, es pura fuerza e impulso. Y deja el cuerpo. Bueno, al menos deja de sentir al cuerpo.
(Foto: Spirit Warrior, Timothy Eberly)
¿Una cortada, un golpe? No es momento para sentirlo. Ya cuando venga la calma nos preguntaremos en qué momento nos cortamos o golpeamos que ni nos dimos cuenta.
Ya más tranquila, el "alma" guerrera se transforma en un alma "curandera" y regresa al cuerpo para revisarlo, ver que necesita, y proveerle. ¿Curar una herida, agua, liberar una emoción y llorar? Todo eso lo hace el "alma" curandera.
Como si fuera la alarma de algún automóvil, a veces el sistema simpatico se queda "pegado" y en activo aún cuando el peligro ya haya pasado. Y si mantenemos al cuerpo en estado de alarma y estrés podemos padecer los problemas asociados: digestivos, respiratorios, cardíacos, musculares... y el "alma" ausente.
Por eso, algunos tratamientos de medicina tradicional o curandería dedican mucho tiempo a prácticas que hagan reaccionar la sensación del cuerpo de modo intenso: agujas en acupuntura, masajes o presupuntura, baños de agua caliente o fría, pases sobre el cuerpo con objetos, o rituales similares.
Si has vivido una situación de estrés intenso, o bien, vives continuamente en un estrés pequeño pero sostenido, es hora de llamar a tu owirúame o curandero interior para ir a buscar tu alma y traerla de regreso.
Para llamar a Batman o tu owirúame
A Batman le llaman con una luz en forma de murciélago proyectada en el cielo. A tu owirúame le puedes llamar simplemente haciendo algunas respiraciones profundas a través de la nariz, procurando alargar cada exhalación lo más posible.
Con este ejercicio tan simple, tal vez empieces a sentir tus pies o la parte baja de tu estómago. Es normal. Te está regresando el alma al cuerpo.