Edmundo Dantès está en el pináculo de su vida al inicio de la novela El Conde de Montecristo. El éxito, en todos y cada uno de los sentidos que la vida moderna le da a la palabra, ha sido alcanzado por él.
Dinero, promoción en el trabajo, una prometida con la que está a punto de casarse, muchos y grandes amigos (también en el sentido neoliberal de “amigo”, es decir, Linkdn, Facebook y demás), son algunos de los ingredientes del éxito para él. La inocencia de Dantès le impedirá ver la red de celos, envidia y traición que hay detrás de su vida y, como es de esperarse, lo perderá todo.
Como si de la historia de Job se tratara -el personaje bíblico puesto a prueba por dios- toda la fe y temple del personaje de Alexandre Dumas se pondrá a prueba tras vivir enfermedad, castigo, pérdida, hambre y desposesión dentro de la cárcel en el castillo de If.
Después de perder esperanza y recibir más castigos dentro de prisión, Edmundo Dantès pierde las ganas de vivir. Pero como si el destino lo siguiera castigando, falla y es encerrado en una celda aún peor que en la que estaba: la celda en el pabellón de los locos.
A veces, es necesario perderlo todo para empezar a vivirlo todo.
No pienso resumirles aquí toda la novela escrita en colaboración con Auguste Maquet, a pesar de la tentación de hablar, además del protagonista, de un personaje tan fascinante como el abate Faria, maestro, mentor, pero sobretodo, impulsor de la redención de Edmundo Dantès.
La razón para hablar de esta historia es recordar que alguna vez todos nos hemos encontrados encerrados en una prisión, también construida de todo lo malo y terrible que el pasado nos ha hecho y causado, también atormentados de lo bueno y hermoso que era todo antes que la desgracia llegara a nosotros, también desesperados al no poder vislumbar un mejor futuro.
El castillo de If está lejos de ser la prisión de la que hablo. Vivir en el pasado, atormentarse por el futuro, es una cárcel mucho más pesada y cerrada que cualquiera.
Edmundo Dantès descubrirá esto después de tocar fondo y conocer a Faria, se vecino de celda. Se dará cuenta que si lo que tiene enfrente de sí son piedras, habrá que hacerlas a un lado, una por una, conforme van presentándose.
Pero lo más importante, cuando la realidad cambia, hay que adaptarse: la fuga final de este héroe, les recuerdo, no fue finalmente escarbando sino haciéndose el muerto. Tal vez, muriendo en cierto modo.
Quizas toda fuga implica morir un poco.
Pasarán muchas cosas para que el héroe aprenda a renunciar a todo el pasado, especialmente a su idea de pasado, un pasado que ha dejado de existir hace mucho. A que renuncie también a construir futuros que no existen.
Y es que hay redenciones que duran toda la vida.
E incluso tendrá que pasar mucho más para terminar de renunciar a la peor carga, la peor prisión de todas: su deseo de venganza.
Edmundo Dantés descubre su capacidad para empezar desde cero, renovarse, reescribir su historia cuantas veces sea necesario, cambiar su nombre si es necesario. El que se convirtiera en el Conde de Montecristo se fuga una sola vez de prisión, pero aprende a fugarse, y lo hace reiteradamente, de sí mismo, de su idea de sí mismo, de las historias que se cuenta y tiende a creerse.
Claro, me dirán, si me dieran un tesoro como el de Montecristo, ese que el abate Faria le revelara a Dantès antes de morir, todo sería más fácil.
Pero no es así. El tesoro de Montecristo es mucho más que dinero.
Primero, el tesoro no se lo dan simplemente al futuro conde. Se lo cuenta un “abate loco” al que usualmente nadie le cree. Edmundo tiene una mente abierta al escuchar el secreto y está dispuesto a darle una oportunidad a la posibilidad de que exista tal tesoro.
Segundo, el tesoro no estaba listo para sacarlo de un cajero de banco. El tesoro de Montecristo estaba en una isla desierta. Llegar a la isla y recuperar tal tesoro se lleva muchas páginas de la novela porque no es nada fácil.
Sólo la claridad de la mente que se obtiene de vivir el presente, el aquí y ahora, permite buscar y encontrar tesoros.
¿Cuántas veces nuestros problemas emocionales, nuestra insistencia en lo que ya pasó o todavía no pasa, nos ha impedido descubrir tesoros?
Y ojo con el concepto de fuga, que me fascina, pero a veces puede ser engañoso. Hay quien se fuga del presente hacia el pasado o el futuro porque no quiere, porque le cuesta trabajo vivir su presente.
Pero si quien se fuga se queda en el pasado o futuro, en realidad no se fuga, se encierra en el pasado o futuro.
La fuga del conde de Montecristo es una fuga continua porque su redención es contínua. No se fuga sino que vive en la fuga.
Y es que cada que creemos liberarnos de nuestras cargas y karmas del pasado o del futuro pareciera que adquirimos nuevas cargas y nos encerramos en nuevas prisiones.
La meditación, el yoga, el chi kung, la psicoterapia, el tai chi, el viaje al Tibet, la creación artística, el mindfulnes, el amor, la experiencia que sea, puede liberarnos de prisión, ayudar a fugarnos.
Pero si después de esa experiencia, mi felicidad depende de la práctica de esa meditación, yoga o lo que sea, simplemente me he ido a encerrar a una nueva prisión.
Y como el conde de Montecristo, es necesario volver a cambiar de nombre, volver a escaparse, redimirse. Huir del castillo de If. Volver a fugarse.
Adolfo Ramírez Corona (adolforismos.com)