Tal vez recuerdes ese momento en que un niño pequeño, aprendiendo a caminar, se cae repentinamente al suelo. Muchas ocasiones el bebé se sorprende, se pone serio, como evaluando lo que acaba de suceder, pero no llora. No es hasta que alguno de sus padres grita, se espanta, lo llama por su nombre, que el bebé externa el dolor, tal vez solo el susto, y empieza a llorar sin medida. Para los padres siempre es un reto poder evaluar el verdadero tamaño del dolor en el bebé: el simple llanto no siempre es el mejor indicador. Hay bebés que lloran por cualquier cosa y hay los que no lloran por nada.
El dolor, y tal vez toda forma de sufrimiento, cuando es ajeno es mucho más difícil de manejar que el dolor o sufrimiento propios. Y es que el dolor es una experiencia subjetiva. La intensidad o cantidad de dolor que uno puede sufrir depende de cada persona y puede variar según el contexto en donde se padece. Es imposible comparar el dolor de una persona con otra porque no hay instrumento para medirlo. Pero aún si dos personas tienen el mismo dolor pueden experimentarlo de modos muy diferentes. Los gritos o gestos de dolor no suelen ser un buen indicador. Hay quien expresa su dolor y hay quien lo vive en silencio. Hay quien puede tener un dolor muy fuerte pero comparado con experiencias anteriores no parecerle tanto.
Para la medicina y la ciencia, este siempre fue un reto. Intentar objetivizar el dolor, poderlo medir de modo absoluto, con el fin de dar la dosis adecuada de analgésicos a un paciente. Los analgésicos quitan el dolor pero también representan una carga extra para el hígado, que es el gran filtro del cuerpo, o bien, pueden tener efectos secundarios entre serios a graves. Como en cualquier campo, a veces la ciencia se centra demasiado en querer mantener el poder, el control. Querer y pretender saber lo que el paciente necesita realmente es una de las grandes tentaciones de quienes nos dedicamos a atención en materia de salud.
El doctor y científico Philip H. Sechzer se dedicó más de una década a resolver este dilema e inventar un sistema denominado Analgesia Controlada por el Paciente. A principios de la década de los setenta, del siglo pasado, Sechzer terminó lo que ahora es más o menos común ver en tratamientos de cáncer, dolor crónico o post operatorios, ya sea en la realidad o por lo menos en alguna película o programa de televisión. Es este pequeño aparato que se le da al paciente para que oprima un botón cada que requiera una dosis de analgésico. El aparato va conectado a un dispositivo más grande que contiene el analgésico y un sistema electrónico para medir que el paciente no pase de cierta dosis en un tiempo determinado.
Cada que el paciente aprieta el botón recibe una dosis para aliviarle el dolor. De él depende ir evaluando su dolor para determinar cuántas dosis se toma. Si la primera vez agota sus cuatro dosis de inmediato tal vez pase un mal rato cuando llegue el dolor y ya no tenga dosis que tomar. Esto le permite aprender por sí mismo a administrase.
Pero también, lo que el doctor Sechzer descubrió, es que dándole al paciente la capacidad de controlar su dosis se reducía notablemente el estrés y angustia vinculado a un control externo. Además, algunos pacientes no ocupaban el máximo de la dosis prescrita, protegiendo a su hígado y cuerpo de excesos innecesarios. La dosis controlada por el paciente, también podía variar dependiendo la hora del día o la actividad a realizar. Muchos toleran más dolor cuando sus seres queridos están cerca y los distraen.
El método del doctor Philip H. Sechzer es ahora empleado universalmente. A veces su limitación es solo económica, debido al costo del aparato, pero su reconocimiento es innegable.
¿Cuántas veces nos empeñamos en creer saber la cantidad de dolor y sufrimiento de nuestro prójimo y nos empeñamos en darle un remedio o intensificar una dosis que tal vez no necesita?
Sechzer logró darle la vuelta al problema renunciando a la tentación de poder y control por parte del médico. El poder y el control lo tiene el paciente y vale la pena dárselo cuando su edad y consciencia lo permiten.
El dolor y sufrimiento, de cualquier tipo, no solo médico, es una experiencia subjetiva y solo quien lo padece es capaz de saber lo que necesita. La labor de quienes estamos cerca, sea médicos, terapeutas, personal de salud, seres queridos o familiares, es poner la cura, las herramientas al alcance de su mano. La dosis depende de ellos. No solo la analgesia sino toda sanación debería ser controlada por el paciente.
Adolfo Ramírez Corona (adolforismos.com)