En México les conocemos como menonitas, y solemos verlos en algunos cruces de calles o salidas en carretera vendiendo quesos o productos hechos o cultivados por ellos mismos en sus granjas.
En realidad los menonitas son un subgrupo de los Amish, comunidad religiosa y cultural muy diversa, pero unida por un modo de vida sencillo, vestimenta modesta y tradicional, y un cierto aislamiento del mundo moderno.
Originarios de Alemania pero residentes mayormente en América, han sido polémicos en las últimas décadas por su abstinencia a la tecnología frente a un mundo que la consume frenéticamente: evitan usar automóviles, televisión, teléfono o electricidad. Por supuesto Internet.
Seguro los has visto por lo menos en alguna película o serie televisiva, pero tal vez haya algunos cerca de donde vives o vas de vacaciones.
Mucha gente piensa que los Amish rechazan la tecnología por igual y se sorprenden al darse cuenta que hay un uso moderado del automóvil, permitiendo ciertos tractores o camiones de carga; o del teléfono, a veces teniendo uno solo para toda la comunidad; incluso el uso de la electricidad puede estar permitido pero solo a ciertas horas.
Los Amish creen en la tecnología, pero también creen en sus consecuencias. Saben que toda tecnología puede traer consigo un gran bienestar a la comunidad pero también una serie de problemas derivados de su uso.
Los gajes del oficio digital
En uno de los libros fundacionales del cambio tecnológico de los últimos años, Ser digital, de 1995, Nicholas Negroponte apuntaba muchas de las maravillas que íbamos a vivir con la digitalización de las comunicaciones y la tecnología. Hablaba de cómo iba a ser nuestra vida con un computador e internet en casa, y todo lo que íbamos a poder hacer.
Él, Negroponte, formaba parte del equipo del MIT (Massachusetts Institute of Technology) que no sólo eran los adoptantes tempranos de esta tecnología por venir, sino creadores e inventores de muchas de sus variantes.
Recuerdo particularmente cómo el autor de Ser digital contaba la anécdota de lo maravilloso que era poderse comunicar por correo electrónico. Un niño de escasos diez años, admirador de toda esta nueva tecnología y con la oportunidad de tener una computadora e internet en casa, le había escrito un email para expresarle su admiración. Al poco tiempo hubo oportunidad de conocerse personalmente en un viaje que los padres del pequeño realizaron y en el cual coincidieron con Negroponte.
Así contado sonaba maravilloso. El niño fan, gracias a la tecnología digital, se encuentra con el científico como si fuera un rock star.
Pero claro, la cantidad de personas con correo electrónico a principios de la década de los noventa del siglo pasado era muy escasa. Ni siquiera Nicholas Negroponte con todos sus conocimientos científicos podía prever un futuro lleno de spam en nuestros buzones o inbox, redes sociales que atentan con nuestra privacidad, los trolls provocando en foros y comentarios, el mundo de los youtubers e influencers, y más aún, el serio problema de adicción al celular que senos está viniendo encima.
Si un niño de diez años quiere contactar a Negroponte actualmente, de seguro le será casi imposible. Tal vez ahora si le escribe una carta en papel logre llamar su atención.
La adopción temprana
Lo cierto es que entre los avances tecnológicos, la sociedad de consumo y el marketing, nos apresuramos a adoptar tecnologías de las cuales es verdaderamente imposible conocer sus consecuencias completas.
Ya nos ha pasado con productos tan elementales como el otrora considerado saludable tabaco.
Y que me dicen de los aerosoles y el daño que provocaron a la capa de ozono.
O los plásticos en todas sus presentaciones y la multiplicación de la basura que han provocado.
Ni que hablar de medicamentos que parecían la gran cura y solo tiempo después han mostrado sus efectos secundarios mortales.
La sabiduría esta hecha mayormente de una ignorancia humilde. Saber reconocer nuestra falta de capacidad como seres humanos para poder predecir las consecuencias completas de nuestros cambios de hábitos y tecnologías es una gran virtud. En eso creen los Amish.
El largo camino Amish
Poca gente lo sabe, pero los Amish sí adoptan nuevas tecnologías. La diferencia radica en que antes de hacerlo, la nueva tecnología se pone bajo una profunda revisión por comités o consejos con representantes de diferentes perfiles dentro de la misma comunidad. Después de la revisión se suele presentar un informe que se pone a juicio de la comunidad entera.
Aún así, una nueva tecnología puede considerarse útil e importante, pero no necesariamente para una adopción masiva.
Un vehículo motor puede ser útil como tractor o transporte de carga, pero ¿qué consecuencias negativas hay si cada familia o persona tiene uno?
La energía eléctrica, el teléfono o internet pueden ser muy útiles, pero si no podemos conocer plenamente todas las consecuencias que conllevan, los Amish prefieren una adopción moderada.
Por supuesto que no es fácil y lejos estoy a favor de que todos nos volvamos Amish. Tal vez ellos están el el extremo de una adopción a la tecnología exageradamente lenta frente a la adopción frenética, apresurada e inconsciente de nuestra sociedad de consumo.
Lo cierto es que nos dan en qué pensar, como individuos y como sociedad.
Lo nuevo, nuevo, nuevo
El nuevo iPhone, la nueva red social de moda, el nuevo modelo de auto, la nueva dieta, el nuevo libro, el nuevo antidepresivo, el nuevo médico, la nueva canción, la nueva película... ¿estás segura del beneficio que te va a traer? ¿Has pensado en las consecuencias, positivas y negativas? ¿Te va a hacer más feliz? ¿Lo necesitas?
Si tu respuesta es "no lo sé", ¡qué bueno! Reconocer la ignorancia, abrazarla, aprender a vivir con ella, es de los primeros pasos hacia la sabiduría.
Recuerda que la sabiduría está mas cerca de la ignorancia que del conocimiento.