A veces pasa que la inercia cotidiana nos impide la pausa necesaria, prácticamente indispensable para ser plenamente humanos.
Es sólo hasta que nos saturamos, queremos escapar de donde sea que estamos, nuestra alma grita descanso, o las obligaciones le han ganado a las responsabilidades, es sólo hasta ese momento en que algo me detiene para preguntarme, ¿qué hago aquí?
La consciencia
Y es que la consciencia solo es posible en la disociación. O dicho en palabras simples, la consciencia se manifiesta en cuanto la mente funciona como nosotros y no como un sólo yo.
Es necesario separarme, dividirme, desdoblarme, verme a mi mismo como si observara una película de mi vida, para ser consciente.

O si lo prefieres, la consciencia también se representa como ese ser en nuestro oído que nos dice cosas, un Pepito Grillo o Jiminy Cricket que nos observa y habla como a Pinocchio.
Y mientras la inercia cotidiana se intensifica, lo que más prevalece es sólo el yo, un yo altamente ejecutivo, resolutivo, hacedor, que es muy eficiente realizando cosas pero completamente incapaz de hacerse preguntas, de verse a sí mismo, ya no digamos de hacer contemplación alguna.
El espejo
De ahí la palabra reflexión, por ejemplo, del latín reflectus o re-flectus, acción de doblar, y que se usa para definir una propiedad de la luz, la misma que permite vernos en un espejo.
La consciencia, en ese sentido, tiene mucho de espejo, de mirarnos al espejo, y hablar con nosotros mismos.
No en balde, es un cliché del cine que cuando se quiere representar al héroe en el instante de la toma de consciencia, se vea reflejado en algún cristal o espejo.
(Y cuando esa consciencia se expande es como montar un espejo frente al otro, ver no un yo sino miles, cientos, múltiples, y por lo tanto, en el fondo, ninguno. En cuanto me observo a mí mismo, ¿quién es el que observa? ¿Y si también lo observo? Pero bueno, eso es tema para otra ocasión.)
La consciencia es sumamente frágil porque muy fácilmente puede convertirse en un diálogo interno altamente neurótico, generador de historias y emociones encontradas. En ese momento la consciencia vuelve a desvanecerse y entonces entramos a la inercia de los pensamientos internos, automáticos, reactivos, constantes, verborréicos, que tampoco son capaces de detenerse y hacer pausa.
Esa inercia cotidiana puede estar entonces en nuestras actividades externas y acompañada de nuestro yo ejecutivo. Pero también la inercia cotidiana puede estar en el tren del pensamiento interno y estar acompañada de nuestro yo que cuenta historias y habla y habla para fugarse hacia el pasado y futuro.
Por eso la consciencia, la verdadera consciencia, suele ser más bien silenciosa y contemplativa.
La meditación
En meditación de seguimiento de respiración o anapanasati, por ejemplo, la voz que nos guía suele hacer hincapié en ello: “observa tu respiración, sin juzgar, sin analizar, solo observa”.
Lo mismo sucede en meditación vipasana o en la ahora tan de moda meditación mindfulness: se trata de observar sin juzgar, sin analizar, solo observar.
Y distraernos de tal tarea durante cualquier meditación es normal, incluso es algo esperado. El ejercicio de la meditación consiste en fortalecer nuestra capacidad de regresar, de volver a observarnos a nosotros mismos, más que en reprimir o negar a nuestro yo ejecutivo o crítico.
La epojé
Los griegos le llamaban epojé o juicio suspendido, estado de la consciencia donde no se afirma ni niega nada.
La fenomenología de Husserl lo retoma para enriquecerlo con un par de conceptos. Por un lado, la metáfora del paréntesis, es decir, la epojé es una puesta en paréntesis de las opiniones o juicios sobre la realidad.
Pero por otro lado, además de suspender el juicio sobre la realidad, la epojé es poner en paréntesis a la realidad misma.
El budismo
Para el budismo, reconocer el sufrimiento es un primer paso para suspender lo que lo causa: la inquietud, el hambre, la ansiedad, el tren del pensamiento que siempre está inconforme buscando algo mejor, nuevo, diferente, y por lo tanto, juzgando, comparando, clasificando.
Para suspender esa inercia, es necesario hacer una pausa, observar sin juzgar y analizar, dar espacio a la consciencia, la que contempla en silencio, y por lo tanto, acepta, abraza el momento presente, tal como es.
En ese sentido, felicidad y consciencia van de la mano. La felicidad aparece cuando somos capaces de disfrutar esa aceptación nacida de la consciencia contemplativa.

La felicidad
En resumen, de la pausa nace la contemplación, la consciencia. Solo es posible la contemplación y consciencia del presente, del aquí y ahora. Para observar sin juzgar ni analizar es requisito la aceptación. De esa aceptación, viene la felicidad.
Pero todo eso, inicia con una pausa.
¿Estás listo para hacerla?